Pan (Knut Hamsun)

Pan de Hamsun procura asir con la palabra la fuerza de la naturaleza que se desborda, que se retuerce, que se enrolla con cada movimiento imperceptible del gusano arrastrándose bajo la tierra, el rizo que surge entre el follaje pútrido que los árboles desparraman durante la primavera. Procura asir aquello profundo que se muestra cuando el mar en tormenta se abre ante los ojos, lo inconmensurable donde todo hierve y se agita, aquello que Kant denominaba “lo sublime”… Viene a mí la imagen del Caminante sobre un mar de nubes, un hombre de espaldas observando extasiado, desde la cima de una montaña, fundirse la línea del horizonte con la inmensidad del cielo inflamado. Lo que no se puede abarcar con la mirada, eso es lo grandioso e inaprehensible.

El teniente Glahn, protagonista de Pan, se desplaza entre la naturaleza preso de esta pureza extraña y precipitada que lo hace partícipe de una vida “edénica”. Vive en completa armonía con la naturaleza en una cabaña al interior del bosque de Nordland, no como “uno más” que forma “parte de”, sino como el gran espectador —maravillado— que fue el primer hombre de la creación; y, como si fuera Adán, se pasea por el bosque nombrando uno a uno los pájaros que observa, cada flor, cada hierba. Se acompaña de las piedras… Se acompaña de Esopo, su perro. Solo él es dueño de la palabra, es conocedor del lenguaje de las hojas al caer, y del lenguaje del rayo que retumba en la montaña. Vive en absoluta soledad y silencio, acompasado por el murmullo denso de los árboles, del mar y de la oscuridad, por los gorjeos de los pájaros y los ladridos de Esopo.

El teniente Glahn escribe sus recuerdos sobre la temporada que pasó en el bosque de Nordland.

En este bosque mágico donde nunca se pone el sol, Glahn parece fundirse con la naturaleza embriagado de felicidad… Él es un fauno seducido por la hermosa Íselin, aliento del bosque, símbolo de la voluptuosidad femenina.

Glahn cree que “es dentro de nosotros donde se encuentran las fuentes de la alegría y la tristeza”. La grieta se evidencia cuando una mujer se cruza en su camino, Edvarda. Glahn le regala dos plumas verdes. Y Edvarda no es pura belleza, tiene algunos gestos… Un incipiente rictus que devela la fealdad de lo que perece.  Glahn no puede participar del mundo humano. Entre los “otros” es rebasado por una fuerza intangible; Glahn no puede contenerse, no puede socializar, la gente se sorprende, se incomoda. Algo sobrepasa el límite, se eriza, se encabrita. La historia de amor espasmódica con Edvarda se desvanece. El camino erróneo es amar en una persona lo universal, convertirla en una especie de “recipiente”. En el amor no existe la posibilidad, solo una realidad con la que debemos acomodarnos sin temor y esperanza. Lo peor llega, el desaire, la humillación… Y lo sublime da paso a lo monstruoso.

Caminar por el bosque es también perderse uno mismo, no hay una guía que te permita responder por los límites que se desdibujan entre el bien y el mal. Estar perdido en uno es también permanecer ajeno a los asuntos humanos, quedarte sólo a merced de tus impulsos. El filósofo no es necesariamente quien realiza actos nobles, por estar imbuido en el mundo de la contemplación, lejos del mundo de los hombres. El teniente Glahn vive sin reservas, tiene hambre, entonces caza; tiene sed, entonces bebe; no hace más de lo que el cuerpo le manifiesta; solo satisface impulsos necesarios… Tenderse bajo el sol para ser acariciado por las hojas, tomar entre sus brazos a una mujer llamada Eva… Y por eso mismo, la humillación desata la ira que se proyecta sin ningún límite. Glahn toma de la tierra lo que le corresponde, y en la misma medida que toma la vida, también maneja la muerte, sin reparos, sin reservas.

Gabriela Solorio Naiza

Mosko-Strom (Rosa Arciniega)

Mosko-Strom (1933) es una de las primeras obras de la prolífica escritora peruana Rosa Arciniega (1909-1999), recientemente re-editada en Perú por Pesopluma. Es una novela que plantea una distopía, situada en una época —fácilmente comparable con nuestro tiempo— en que los hombre se han rendido al poder de la máquina, en que grandes fábricas albergan a miles de obreros que, deshumanizados, cumplen su labor milimétricamente, padeciendo los embates de una vida que se ha vuelto servil a la producción en masa. Tenemos aquí, en toda su expresión, a la masa alienada, el hormiguero perfectamente obediente, instrumento para la realización del supuesto y poderoso paradigma del progreso. Max Walker, el personaje principal, observa, en un primer momento, emocionado, “voluptuosamente satisfecho”, cómo las máquinas ejecutan movimientos perfectamente calculados, en confluencia con la hilera de hombres inmóviles, clavados, con los ojos fijos y el pensamiento en el vaivén de las máquinas, dando forma a aquellos “esqueletos con líneas airosas de las carrocerías”, inyectándoles de vida, “gestando” automóviles de diferentes tipos y tamaños, de perfecto acabado, y dispuestos para la exportación.

La novela es una ostentación literaria debido a la elaborada prosa de la que hace gala Arciniega, una verdadera arquitecta de figuras e imágenes metafóricas; este sello tan especial de la novela lo podemos apreciar en la siguiente descripción de la “Gran Avenida”, la que aparece como si fuera una auténtica cortesana de “Cosmópolis”:

Era el suyo quizá un lujo demasiado ostentoso, demasiado chillón y llamativo, como el de toda buena prendera llegada a rica antes de tener tiempo de pulirse en la escuela de la elegancia; pero no por eso menos valorizado en la autenticidad de sus joyas. Brillantes, rubíes, esmeraldas… Luz… Luz…. Todas las fosforescencias del iris trepando por su pecho, enroscándosele al cuello, desparramándose en cascadas por su pelo, frente y orejas. (p. 164)

“Cosmópolis” —el nombre de la ciudad— es un mundo de hombres, ellos manejan las ideas y las discusiones, ellos llevan en sus manos el timón que dirige el mundo… Lo femenino está reducido al ambiente, al telón de fondo, a la “Gran Avenida”, a la fórmula matemática que espera extendida sobre la mesa de Max Walker, indomable, rebelde, “como una amante que solo a fuerza de repetidas caricias y ruegos va descubriendo poco a poco sus virgíneas reconditeces”. La mujer es representada en la oquedad, superficie dura y misteriosa, empleada de hogar o secretaria, la eterna insatisfecha sin rumbo, de vida errática e inmoral. Así, el mundo de las ideas en Mosko-Strom y los dilema sobre la naturaleza humana le pertenece a los hombres, ellos arrastraron a “Cosmópolis” hasta los violentos remolinos que, como el “Mosko-Strom” del mar de Noruega, poseen una fuerza extraordinaria que a manera de un vórtice furioso y aspirante, amenaza con tragarse, ya no barcos, sino a la humanidad entera.

Para ser sincera, mi lectura de Mosko-Strom estuvo cubierta de dudas, no por la riqueza literaria de la obra que, como ya he mencionado, resalta a viva luz, sino por la huida constante que me provocaba como lectora, por lo difícil que se me hizo seguir a los personajes —a los que francamente encontraba detestables y rígidos. Por un momento pensé que era el spleen pandémico que, nuevamente, no me dejaba avanzar más que a trompicones, y que en este momento no era merecedora de esa prosa tan altiva. No obstante, luego de reflexionar largamente, creo encontrar un problema —no una falla— que desafía a mi gusto literario. Y es que aquí hay una novela de ideas. La autora plantea una tesis a partir de la discusión de, básicamente, tres ideas encarnadas en cada personaje: el mecanicismo de Max Walker, el escepticismo de Jackie Okfurt y el idealismo humanista del profesor Stanley. Son tres personajes que se estructuran de acuerdo a la idea que representan, que encarnan, que explican una y otra vez para justificar la vida que han asumido de acuerdo con ella. La extensa explicación de los hechos me parece, hasta cierto punto, reiterativa y agotadora. A mi modo de ver, el valor de la obra radica, más allá del virtuosismo literario de la autora, en su agudeza para dar cuenta de que el ser humano es demasiado débil para ser libre. O como sugería Iván Karamázov, en su poema El Gran Inquisidor: el hombre, débil y vil como ha sido creado, no pueden soportar la carga de la libertad. El hombre está siempre dispuesto a sujetarse al milagro, al misterio o a la autoridad, tres fuerzas que pueden vencer y cautivar su conciencia. Y esta disposición a la sujeción ha hecho posible que el ser humano pase de someterse tan fácilmente de la Iglesia a la Idea, sea cual fuere ésta. En Cosmópolis, la masa creciente está enteramente desarraigada, ya no tiene lugar la religión, pero está sujeta a la idea del progreso, del crecimiento desmesurado, del dinero y el placer. Los obreros acuden puntualmente a la fábrica como seres serviles, sin otro pensamiento que el de no perder el ritmo que le impone el movimiento preciso de la máquina. Ninguno se salva, ni siquiera Jackie Okfurt que constantemente denuncia y se opone la situación de caos en que la humanidad ha caído, pues termina aceptando: “Nos hace falta un Dios. Nos hace falta poner una meta más allá de una tumba”.

Gabriela Solorio Naiza

La leyenda de una casa solariega (Selma Lagerlöf)

Obras imprescindibles de Selma Lagerlof > Poemas del Alma

Anhelando que llegue el momento de las travesías, de decirle adiós al que yo consideraba el asfixiante abrazo familiar… Anhelando cada comienzo (con la inocencia que aparta el miedo) no pude reparar en “ligerezas” que ahora manifiestan su peso hondo, eso apelmazado que queda atrás, lo ya perdido, y que ahora me lleva a escudriñar en cada objeto y buscar aquella caricia plena de recuerdos (la que convierte a una vieja taza amarillenta y ajada, en la única muestra palpable de la existencia que la tuvo en sus manos cada mañana)… Como si los objetos pudiesen mantener dentro suyo algo de la esencia de la persona que los usó cada día, que los llevó consigo hasta impregnarlos de esa huella impalpable que nos llena de nostalgia. El objeto es la presencia que lleva el impulso que nos lanza hacia el recuerdo, pero es también la única manifestación, la única afirmación de lo que ya no existe. La leyenda de una casa solariega se desliza en ese camino. Hay una casa que se arraiga tan fuerte en el pecho de Gunnar Hede, que le resulta insoportable la sola posibilidad de perderla. Una casa impresionante, en medio de un campo yerto, con aires fantasmales, impresa de sueños y terrores: “Una vieja heredad, en la que nada parecía florecer, era, no obstante, un terreno fértil para los sueños”. 

En una línea paralela -la de la realidad- Selma Lagerlöf, cuando ve subastada la casa de su infancia (Mårbacka) a la muerte de su padre, se promete a sí misma volver algún día a Värmaland y recomprarla. Sabemos que lo logró en 1907, dedicándose a la docencia y a la escritura, una empresa casi imposible -la de hacer dinero y ahorrar- para una mujer soltera de fines del siglo XIX, cuando aún ni siquiera teníamos derecho al voto. Pero cuando escribió La leyenda de una casa solariega (1899), Selma aún estaba acompañada por la desdicha que había supuesto el haber perdido aquel lugar extraordinario, donde su familia se sentaba junto a la estufa para leer en voz alta a Runeberg y a Tegnér, donde aprendió a leer junto a sus hermanas, donde escucho maravillosas historias y leyendas de la voz de su abuela paterna, Lisa Maja Lagerlöf. 

Gunnar Hede, el estudiante protagonista de La leyenda de una casa solariega, y alter ego de Selma Lagerlöf, deja lo que más le apasiona -tocar el violín- para dedicarse a recorrer pueblo tras pueblo, como comerciante, y juntar el dinero necesario para salvar la casa familiar. No obstante el empeño que puso a su empresa, como suele suceder en la vida -cuando lo planificado parece verse encaminado- el sinsentido se impone, y a veces lo hace, de la forma más terrible que podamos imaginar. Eso terrible se resume en una escena: la de cientos de cabras agonizando bajo una suave capa de nieve que las va cubriendo. Eso, que es incomprensible, tan grande y amorfo que se sedimenta en la vida como barro, es el ser testigo del padecer de un ser inocente. No hay sacrificio aquí, es la muerte y el dolor sin sentido lo que se impone. El sin sentido se apodera del estudiante, se apodera la bruma, la locura… En la otra orilla, una jovencita huérfana, se propone salvarlo. Los recuerdos forman constelaciones que se crean con cada vivencia, con cada vínculo con los seres humanos… Las personas de tu vida se disponen como luminarias que evitan que te difumines, que te pierdas de ti mismo, que la bruma oscura caiga sobre ti. La leyenda de una casa solariega parece figurarse como un cuento de hadas por su estructura clásica y por la voz narrativa, tan familiar. Sin embargo, va más allá e indaga en las profundidades del ser humano, en aquello siniestro que nos amenaza constantemente, en los vínculos familiares, en el azar, en el arte, y todo ello, en medio de imágenes sobrenaturales y descripciones notables de paisajes suecos que la genial Selma Lagerlöf cimenta con esta narración.


Gabriela Solorio Naiza

Oversight (Melissa Ginsburg)

Urban Light Tokyo. 2017 – Keiichi Ichikawa
Descuido

Nuestros temas eran lindos. Manteníamos

nuestra distancia. Preparábamos desapego
en botellas. “Manteníamos nuestra distancia”

es una anécdota. Su nombre

es Anécdota. Nació en el estudio.
Jaulas, botellas. Libros por doquier.

Era nuestra favorita / nos prohibió

que la viéramos. Ella era la musa
para las botellas etiquetadas con “Distancia” 

de las que bebíamos. Que no podíamos

prescindir. Enterramos los resultados;
estaban muertos. No nos fue muy

penoso. Gracias

al desapego. Nuestra hipótesis soportó
una foto. Correctores, broches. 

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

Oversight

Our subjects were nice. We kept

our distance. We brewed detachment
in bottles. “We kept our distance”

is an anecdote. Her name

is Anecdote. She was born in the study.
Cages, bottles. Books all around.

She was our favorite / forbid us

to see her. She was the muse
for the bottles marked “Distance”

from which we drank. Could not

get by without. We buried the results;
they were dead. It was painless

for us. Thanks

to detachment. Our hypothesis held up
a snapshot. Braces, barrettes.

Colorado (Carl Adamshick)

Iva Jauss
Colorado

Mi sueño mora cerca de mis pulmones.
A veces lo siento como un lapicero
derramando tinta en el negro bolso
de mi respiración. Mi cuerpo
vive aquí en Colorado,
en un apartamento con algunas plantas.
Soy lo que los expertos denominan
historia, una pequeña totalidad
abriéndose camino hacia el futuro.
Al anochecer, heredo la muerte
como idea, como tema del que seré examinado.
A media tarde, emprendo largas caminatas.
Vivo aislado como el estado vive
aislado dentro de fronteras con las que nada
tiene que ver. También yo tengo un río.
Si quieres, te contaré todo sobre la luz.  
Colorado

My dream lives close to my lungs.
Sometimes I feel it as a pen
spilling ink in the dark purse
of my breathing. My body
lives here in Colorado,
in an apartment with a few plants.
I am what the experts refer to
as history, a small totality
making its way to the future.
In the evening, I inherit death
as an idea, as a subject I’ll be tested on.
Mid-afternoons, I take long walks.
I live by myself as the state lives
by itself in borders it had nothing
to do with. I, too, have a river.
If you ask, I’ll tell you all about the light.

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

Poema tomado de la página https://poets.org/poem/colorado

Heavy Threads (Hazel Hall)

Tarkovsky Polaroid
Hebras pesadas

Cuando el amanecer se deslía como un rollo de cinta
Arrojado a través de mi ventana,
Sé que las horas de luz
Están a punto de lanzarse contra mí
Como agujas omnívoras sobre un ocioso paño,
Enhebradas con los densos colores del sol.
Parecen ellas ya demasiado ansiosas,
Para bordar este negocio mío,
Mi Día,
Con los estrictos patrones de un antipendio;
O al menos para confeccionar una prenda útil.
Pero sé que no harán nada parecido.
Van a dar puntadas de hilván
Y cuando hayan terminado
Se verá algo como la frazada de retazos que mi abuela se hizo
Cuando estaba aprendiendo a coser.  
Heavy Threads

When the dawn unfolds like a bolt of ribbon
Thrown through my window,
I know that hours of light
Are about to thrust themselves into me
Like omnivorous needles into listless cloth,
Threaded with the heavy colours of the sun.
They seem altogether too eager,
To embroider this thing of mine,
My Day,
Into the strict patterns of an altar cloth;
Or at least to stitch it into a useful garment.
But I know they will do nothing of the kind.
They will prick away,
And when they are through with it
It will look like the patch quilt my grandmother made
When she was learning to sew.

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

Poema tomado de https://poets.org/poem/heavy-threads.

Passage (Thomas Dooley)

Joné Reed
Passage

Y era la tarde, húmeda de
electricidad, cuando mi padre

cayó a tierra como granizo estival,
desparramado. Fui por

mi madre, arrojamos
un puñado de guijarros. Y

vino la mañana, amargamente.
Y allí las noticias de la tarde

paredes azulándose, púrpura mañana
sobre los cúmulos, y la tarde

cuando la mañana
no volvería a iluminar nuestros cuerpos en la cama.

Caravanas de mañana, cúmulos,
tarde. Una larga caravana de tardes. Luego

solo estaba yo, mañana. Despierto en un cuarto
en una vasto edificio con cuartos. Todo el mundo

tarde. Todo el mundo mañana. Y Dios
había acabado todo el trabajo que estuvo haciendo –

bebés, abejas, planillas, invernales
mañanas. Dije yo, 

No me detendré aquí, tarde. Te veré
en la mañana.
Passage

And there was evening, humid
with lightning, when my father

fell to the earth like summer hail,
scattered. I gathered

my mother, we threw in
a handful of pebbles. And

there was morning, bitterly.
There was evening news

bluing walls, violet morning
on thunderheads, and the evening

when morning
would never again light our bodies in bed.

Morning caravans, headlights,
evening. A long caravan of evenings. Then

there was only me, morning. Awake in a room
in a building vast with rooms. Everyone

evening. Everyone morning. And God
had finished all the work he had been doing—

babies, honeybees, spreadsheets, winter
mornings. I said,

I will not stop here, evening. I’ll see you
in the morning.

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

The Answer (Carl Sandburg)

Masao Yamamoto
You have spoken the answer.
A child searches far sometimes
Into the red dust
                       On a dark rose leaf
And so you have gone far
                       For the answer is:
                                           Silence.

   In the republic
Of the winking stars
                       and spent cataclysms
Sure we are it is off there the answer is hidden and folded over,
Sleeping in the sun, careless whether it is Sunday or any other
    day of the week,

Knowing silence will bring all one way or another.

Have we not seen
Purple of the pansy
            out of the mulch
            and mold
            crawl
            into a dusk
            of velvet?
            blur of yellow?
Almost we thought from nowhere but it was the silence,
            the future,
            working.

La respuesta 

Has pronunciado la respuesta.
Un niño busca a veces lejos
En el polvo colorado
                         En una oscura hoja rosa
Y así has llegado lejos
                          Pues la respuesta es:
                                               Silencio.

     En la república
De las estrellas parpadeantes
                              y de los cataclismos agostados
Seguros estamos que queda por allí la respuesta está escondida y bien doblada,
Durmiendo al sol, sin cuidado de que sea domingo o cualquier otro
     día de la semana,

Sabiendo que el silencio hará llegar todo de una manera u otra.                

¿No hemos visto acaso
Púrpura de un pensamiento
del mantillo
y del moho
allegarse
hacia un ocaso
de terciopelo?
¿de trazo amarillento?
Casi pensamos de la nada pero era el silencio,
            el futuro,
            que obraba. 

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

My Doubt (Jane Hirshfield)

Jane Hirshfield (1953-)
Mi duda
Me despierto, duda, junto a ti,
al igual que una cortina mal corrida.

Me visto dudando,
lo mismo que una taza
insegura de no haber sido abandonada.

Almuerzo dudando,
trabajo dudando,
voy a un café incierto con amigos escépticos.

Voy a dormir dudando de mí misma,
como duerme un rebaño de cabras
dentro de un camión de pronto silencioso.

Sueño contigo, duda,
Cada noche —
¿pues cuál es el sentido del soñar
sino que todo lo que allí somos
sea pasajero, amorfo, una pregunta?

Mano izquierda y mano diestra,
duda, estás en mí,
lanzando una pelota de básquet, guiando mi cuchillo y mi tenedor.
Rodilla izquierda y rodilla diestra,
corremos detrás de un bus,
para un reunión que seguramente acabará antes de que lleguemos.

Me gustaría
conformarme contigo, duda,
como una ventana de guillotina
se acomoda obediente a sus poleas y cuerdas ocultas.

Dudo de que pueda hacerlo;
tus propios contrapesos gobiernan mis noches y mis días.

Como el puño colgante de plomo que sostiene
la boca abierta de una ventana,
tú me sostienes,
mi rodilla persistiendo frente a ti, terca,
ofreciendo estas alabanzas rabiosas
que no puedo sino dudar que alguna vez escucharás.
My Doubt
I wake, doubt, beside you,
like a curtain half-open.

I dress doubting,
like a cup 
undecided if it has been dropped.

I eat doubting,
work doubting,
go out to a dubious cafe with skeptical friends.

I go to sleep doubting myself,
as a herd of goats
sleep in a suddenly gone-quiet truck.

I dream you, doubt,
nightly—
for what is the meaning of dreaming
if not that all we are while inside it
is transient, amorphous, in question?

Left hand and right hand,
doubt, you are in me,
throwing a basketball, guiding my knife and my fork.

Left knee and right knee,
we run for a bus,
for a meeting that surely will end before we arrive.


I would like
to grow content in you, doubt,
as a double-hung window
settles obedient into its hidden pulleys and ropes.

I doubt I can do so:
your own counterweight governs my nights and my days.

As the knob of hung lead holds steady
the open mouth of a window,
you hold me,
my kneeling before you resistant, stubborn,
offering these furious praises
I can’t help but doubt you will ever be able to hear.

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

Poema tomado de la página: https://poets.org/poem/my-doubt

And the Sea (Patrick Ryan Frank)

Aitor Salaberria
Y el mar

Alguna vez, quise ser Hemingway.
Pero lo mismo hacía Hemingway. Es un acto difícil –
Simples hechos revestidos de arte, y en cualquier caso,
¿quién obtiene lo que desea? ¿Y luego a quién le importa?
¿Qué cosa puede importar si el agua a tus pies
se está escapando sin ti? Hice crecer mi barba
y compré un pequeño bote a crédito, lo llamé
como yo y lo pinté todo de azul,
y luego nos pusimos a la mar. Y cuando hay calma
y cuando ha salido el sol, desaparecemos.
Nos hemos ido. ¿Qué otra cosa podía hacer?
And the Sea

Once, I wanted to be Hemingway.
But so did Hemingway. That act is hard—
dumb facts decked out as art, and anyway,
who gets what they want? And then who cares?
What matters when the water at your feet
is running out without you? I grew my beard
and bought a little boat on credit, named
it after myself and painted all of it blue,
then put us out to sea. And when it’s calm
and when the sun is out, we disappear.
We’re gone. What else was I supposed to do?

Traductor: Roberto Zeballos Rebaza