El pesado oso que conmigo camina (Delmore Schwartz)

Helen Levitt (1931-2009)
El pesado oso que conmigo camina

El pesado oso que conmigo camina,
Sucia su cara de una compuesta miel,
Torpe y estorboso por todas partes,
El peso en el centro de todo lugar,
Hambriento, bruto, el matón
Enamorado de los dulces, de la ira, del dormir
Loco factótum, desarreglando todo,
Trepa por la escalera, golpea el balón, y
A su hermano, en la ciudad transida de rencor.
                                                                   
Respirando a mi lado, ese pesado animal,
Ese pesado oso que conmigo duerme,
Aúlla en sueños por un mundo de azúcar,
Una dulzura íntima como el abrazo del agua,
Aúlla en sueños porque la soga bien ajustada
Tiembla y muestra la oscuridad que hay debajo.
– El farolero petimetre se halla aterrado,
Vestido en traje formal, abultadas sus perneras,
Tiembla al pensar en que su trémula carne
Deberá parpadear camino a la nada final.

Ese inevitable animal camina conmigo,
Me ha seguido desde que el oscuro útero acogió,
Se mueve adonde yo, distorsiona mis gestos,
Una caricatura, una sombra que abulta,
Un estúpido burlón de los asuntos del espíritu,
Aperpleja y ofende con su propia oscuridad,
La secreta vida de los huesos y las entrañas,
Opaco, demasiado cercano, íntimo, pero extraño,
Se estira para abrazar a la misma persona querida
Con quien yo, sin él a mi lado, caminaría,
La toca groseramente, a pesar de que una palabra
Descubriría mi corazón y me liberaría,
Tropieza, se arroja, y lucha para ser alimentado
Arrastrándome con él en su apetito bucal,
En medio de los cientos de miles de su clase,
La arrebatiña de las apetencias por doquier.
The heavy bear who goes with me

The heavy bear who goes with me,   
A manifold honey to smear his face,   
Clumsy and lumbering here and there,   
The central ton of every place,   
The hungry beating brutish one   
In love with candy, anger, and sleep,   
Crazy factotum, dishevelling all,   
Climbs the building, kicks the football,   
Boxes his brother in the hate-ridden city.

Breathing at my side, that heavy animal,   
That heavy bear who sleeps with me,   
Howls in his sleep for a world of sugar,   
A sweetness intimate as the water’s clasp,   
Howls in his sleep because the tight-rope   
Trembles and shows the darkness beneath.   
—The strutting show-off is terrified,   
Dressed in his dress-suit, bulging his pants,   
Trembles to think that his quivering meat   
Must finally wince to nothing at all.

That inescapable animal walks with me,
Has followed me since the black womb held,   
Moves where I move, distorting my gesture,   
A caricature, a swollen shadow,
A stupid clown of the spirit’s motive,   
Perplexes and affronts with his own darkness,   
The secret life of belly and bone,
Opaque, too near, my private, yet unknown,   
Stretches to embrace the very dear
With whom I would walk without him near,   
Touches her grossly, although a word
Would bare my heart and make me clear,   
Stumbles, flounders, and strives to be fed   
Dragging me with him in his mouthing care,   
Amid the hundred million of his kind,   
The scrimmage of appetite everywhere.

Traducción: Roberto Zeballos Rebaza

The Bookshop (Penelope Fitzgerald)

Se dice que, como ciertos pintores que se dedican al mismo tipo de paisaje una y otra vez, hay novelistas que sólo ejecutan variaciones sobre un(os) mismo(s) tema(s). Cada libro es una versión perfeccionada, ampliada del anterior. En cierto sentido, se podría decir esto de Penelope Fitzgerald, al menos si tomo en consideración lo que de ella vengo leyendo. Hasta la fecha no he podido encontrar el libro que supere a The Beginning of Spring; sin embargo, es un gozo ir descubriendo cada uno de las versiones que –digámoslo así– lo prefiguran. No quiero decir que con leer el primero de los mencionados uno abarque en su totalidad a los últimos (y por ende no valga la pena leerlos), sino que hay en todos ellos determinadas temáticas que se van repitiendo, como una seña de identidad, aunque siempre con suficientes rasgos de originalidad para que cada libro valga la pena por sí mismo.

Los protagonistas de Fitzgerald se singularizan por un carácter esencialmente bueno, desde la perspectiva de su rectitud moral quiero decir, pero al mismo tiempo ostentan una cierta torpeza fundamental para desenvolverse frente al resto de personas y ante las exigencias inmediatas que la vida les demanda. La autora va mostrando poco a poco su peculiar interioridad, acumulando lentamente unos sucesos casi anodinos que conforman la trama, hasta que ésta se complica irremediablemente. Lo que queda al final, para el lector, es sin embargo mucho más que aquello que le ha sido, a veces escuetamente, narrado. Hay una urgencia por volver a la primera página porque uno se da cuenta de que hay algo que se le escapa de las manos. Se nos ha dejado con un pequeño abismo de cosas no dichas o quizá sólo esbozadas con una frase, como una estructura no bien formulada, invisible; digamos que sólo apuntada por la autora para que el lector mismo eche mano de su propia capacidad de comprensión y se apropie finalmente, como si lo hiciera él por su propia cuenta y riesgo, de la novela en su entera profundidad. El grado de esta complejidad es lo que va variando (aumentando o ramificándose) en cada libro.

Dicho esto, creo que no vale la pena intentar reseñar la trama de The Bookshop, a riesgo de decir más de lo que debería.

Roberto Zeballos Rebaza